Historias
Llegué a una fiesta en una noche fría del último invierno. El evento, cerca del aeropuerto del Prat, tenía lugar dentro de una estructura metálica recubierta por una capa plástica inflable, como un sistema de grandes almohadas. La calma asociada a esa imagen chocaba con el sonido que se oía a distancia desde el interior. La venue, orquestada por el colectivo local Andami, condensaba una colaboración de amigos y conocidos con profesionalismo de carácter underground y un esfuerzo evidente por lograr la mejor fiesta posible. Sin grandes artificios visuales —ni pantallas ni luces excesivas, solo las ya “clásicas” luces rojas—, el espacio permitía que una escena viva, ruidosa, honesta y atenta al momento se entregará a un baile continuo: un territorio de abstracción, de no-pensamiento, como debería ser en cualquier evento, mainstream o no. Allí el sonido era el punto de inflexión, incluso de contemplación. Los altavoces, llamativos también por su diseño, sumergían al público en una experiencia afilada y precisa. Aquel soundsystem no era casual: respondía a una iniciativa gestada durante años y que empezaba a dar sus primeros pasos en los márgenes del circuito oficial. Su nombre: Rostro.
Meses después, ya en contacto con Sergi —miembro del colectivo y una de las personas detrás del proyecto de sonido— nos sentamos a hablar de orígenes, objetivos y desafíos.
Tras la pandemia, la escena internacional seguía congelada: no llegaban DJs de afuera, los clubes permanecían cerrados o en lenta recuperación y no había presupuesto para grandes producciones. “Nosotros ya veníamos pinchando en bolos chicos, más locales. Y cuando todo se paró, nosotros no paramos”, recuerda Sergi. En esa (in)quietud, los espacios alternativos se convirtieron en oportunidad para reactivar la escena, recomponer comunidad y repensar cómo —y para quién— se hacen las fiestas. En una sesión diurna junto a Andami, Sergi y otros tres amigos empezaron a impulsar su propio discurso musical. Aquellos primeros encuentros, a menudo clandestinos, espontáneos y precarios, tenían algo del espíritu original de las raves: lugares poco convencionales, públicos reducidos, promoción de boca en boca. Las stories se minimizaban por razones obvias. “Fue una fiesta muy especial y, a partir de esa experiencia, de ver que las cosas podían ser distintas, nos dimos cuenta de que queríamos apostar por lugares especiales; sitios que no sólo ofrecieran música potente y gente bailando, sino conexión y esa sensación de que la fiesta es algo único”, dice.
Con el norte claro, el colectivo entendió que para ofrecer algo distinto debía priorizar lo esencial: el sonido. Desarrollar un soundsystem propio sería el paso siguiente. Con la filosofía DIY como bandera, el proyecto tomó nombre y forma: Rostro.
Construir un sistema propio no es sencillo ni rápido. Exige conocimiento, iteraciones, mediciones, correcciones y una selección meticulosa de componentes, cada uno dará un color diferente, lo cual también se integra dentro de esta investigación. Sergi, especialmente apasionado por la tecnología musical, se adentra en el mundo del diseño de altavoces y descubre una vibrante comunidad online que fomenta el DIY junto a un apoyo continuo. Gracias a este diggin de blogs y recursos, logró cruzarse con el concepto de Unity Horn, un tipo de altavoz desarrollado por el ingeniero Tom Danley.
Podríamos definir a Danley como un “nerd sónico”. Su carrera lo ha llevado a trtabajar con la NASA, donde acumuló 17 patentes en tecnologías acústicas y electromecánicas (desde dispositivos de levitación acústica hasta generadores de sonic boom). En 2005 fundó Danley Sound Labs (DSL) y popularizó un enfoque —Unity/Synergy— en el que varios transductores cargan una misma bocina para comportarse, acústicamente, como una fuente puntual coherente. A diferencia de los arreglos convencionales —donde graves, medios y agudos “viven” en puntos físicos distintos—, esta arquitectura busca que todo el espectro emane de un único origen aparente, más próximo a cómo realmente escuchamos.
Con planos, simulaciones e ideas sobre la mesa, y el aporte de Álvaro —clave en diseño y construcción—, el equipo empezó a fabricar los primeros modelos. Sin experiencia previa en carpintería, se formaron en el programa municipal L’Ateneu de Fabricació, en el barrio de Gràcia, que ofrece acceso a maquinaria y espacios de trabajo para proyectos con impacto cultural. Meses de afinar planos, equivocarse, corregir y perseverar dieron sus frutos: nacieron los primeros tops.
La primera prueba llegó en julio de 2023, de nuevo junto a Andami. Durante un año, Rostro siguió sonorizando eventos mientras completaba el setup con subwoofers propios (2024). El debut completo se dio en el festival Días de Campo, con escenario propio: un hito que funcionó como declaración de intenciones. Ese mismo año llegó otra estación soñada: la colaboración con Slow Life, el sello de Cecilio y Laurine, referente formativo para el equipo. “Escuchar a nuestros artistas favoritos pinchar en nuestro sistema fue un sueño cumplido”, resume Sergi.
Hoy, con dos años de rodaje, el colectivo y Rostro miran hacia adelante sin prisa y sin concesiones. No buscan crecer por crecer ni replicar inercialmente lo ya hecho. Prefieren profundizar, explorar nuevas localizaciones, invitar a artistas que los inspiren y seguir fortaleciendo la escena local. Su statement es sencillo y exigente a la vez: poner el sonido en el centro para devolverle a la pista su poder de comunidad y trance, y demostrar que, incluso en tiempos de fotogenia ubicua, todavía es posible construir —literal y metafóricamente— un espacio donde la escucha mande.
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