Analisis

Entre el cuerpo y la pantalla: pedagogías del club — reglas, deseo y escucha

Este artículo de reflexión surge luego de terminar la conversación con Sergi. Tras escuchar algunos de sus últimos edits. En ese intervalo, entre tracks y silencios, se decantaron ciertas preguntas: ¿cómo cambió nuestra manera de vivir los eventos? ¿Qué se transformó —y qué se perdió— en la experiencia compartida? ¿Qué rol tienen los clubes en protegerla? ¿Qué papel nos toca a nosotros para preservarla? ¿Y cuál es el panorama gubernamental ante la escena local?

El periodo pospandemia no solo reactivó la escena: modificó el modo en que la habitamos. Dos transformaciones sobresalen. La primera: compartir en redes dejó de ser un mero registro para convertirse en una búsqueda de pertenencia; el post ya no certifica la presencia, la performativiza. La segunda: el espectador dejó de ser testigo para producir la experiencia que otros consumirán, en directo o en diferido.

Ese doble movimiento genera una presencia dividida: el cuerpo está en la pista, pero parte de la atención se fuga a diseñar el relato (qué encuadrar, cuándo subirlo y más inconscientemente a quién interpelar). Claire Bishop en Atención trastornada, menciona que en la contemporaneidad ha emergido un espectador híbrido que oscila entre el aquí y su proyección mediada; el dispositivo —que ya habiendo cumplido el sueño máximo de extensión humana propuesto por Steve Jobs con el Iphone— reescribe el evento en tiempo real para una audiencia invisible. Es en esa coreografía de multitasking o como denomina— acertadamente desde hace algunos años y que cada vez parece tener más significado Sherry Turkle — el “Multi-lifing” — escuchar, grabar, editar, subir, mirar reacciones— se diluye algo del estar-juntos que funda la fiesta. Turkle sintetiza que la hiperconexión puede simular proximidad mientras erosiona la presencia. La consecuencia no es menor. Cuando el espectador se coloca como “arquitecto de la experiencia de otros” y diseña el instante para la circulación digital, individualiza su vivencia y la separa del rito compartido del baile. La experiencia colectiva logra fragmentarse en micro experiencias, que otros consumen por medio de las pantallas.

Algunos clubes han respondido con políticas anticelular (como prohibir o pegar cubrir las cámaras de los dispositivos con stickers). Pero prohibir sin formar criterio rara vez transforma hábitos, con este tipo de políticas jamás hay un interrogante al deseo. ¿Tiene sentido hablar de reglas sin preguntarnos quién las explica y quién las encarna? ¿Es rol de los espacios educar, o del público hacerse cargo de su papel de arquitectos de la experiencia? ¿Podemos, entre todos, sostener un pacto de atención que valga la pena?

Además, ya no es solo un rasgo de la escena masiva: también en clubes de menor “calibre” la experiencia órbita casi exclusivamente lo visual. Los presupuestos se inclinan a más y mejores luces, escenografías y “experiencias de barra”, a mejorar la experiencia pero muchas veces desde un concepto visual, mientras se relega lo que en una rave importa de verdad: el sonido y esa abstracción de la realidad que solo la escucha inmersiva propone. Parece ser que en pos entrando en la posexperiencia, lo visual lo ha inundado todo, potenciado por la lógica de las plataformas, los reels, TikTok y esa norma tácita de los 8 segundos (o menos) para capturar atención. El resultado: el sonido vuelve a un segundo plano. La economía de la imagen vive su apogeo.

Por eso importan propuestas como Rostro, que intentan reorientar la atención hacia “viejos” valores. Ya lo dijo DVS1 hace años: el sonido debe ser el headliner. En la misma línea, algunos clubes ensayan noches “no-lineup”, confiando en que la gente asista por el rito compartido del baile más que por el cartel. Pero sin promoción y pedagogía —sin explicar por qué importa el espacio y  el cuidado de la escucha— esa apuesta queda parcial y no se cristaliza en conciencia.

¿Es tarea de los clubes reconocer su propio rol cultural? ¿Asumir que, más allá del entretenimiento, son espacios de formación, generación y concentración y actuar como tales? 

La toma de conciencia por parte de los espacios y su decisión de hacerse cargo para construir una escena más rica no completan la ecuación sin el apoyo de la esfera gubernamental. 

Por un lado proyectos como Rostro, dependieron originalmente de la disponibilidad de recursos: sin capital ni experiencia previa, acceder a maquinaria y espacios es condición para que emerja cultura. ¿Qué pasaría si estas políticas fueran la norma y no la excepción?

A menudo, la falta de espacios y recursos se suma a la falta de esfuerzo político para reconocer la importancia del underground como verdadero generador de cultura y representación de minorías. La escena de clubes en Barcelona, con una oferta mayoritariamente comercial, ha visto cómo la presión por gestionar el turismo se traduce en controles estrictos de licencias y horarios. Las quejas vecinales han forzado cierres de lugares clave, como Buena Onda Social Club este año. “Es un muro con el que se topan prácticamente todos los colectivos”, dice Sergi. “Es muy triste que haya cerrado Buena Onda: ha estado del lado de la cultura muchísimo tiempo. Y no solo de música electrónica, sino de cultura artística.”

Para enmarcar ese giro, conviene la tipología que proponen Andreina Seijas y Juan Pablo Gelders en Urban Studies: la gobernanza de la noche se juega en tres frentes complementarios —“hardware” (infraestructura y servicios: insonorización, movilidad, sanitarios), “software” normativo (licencias, horarios, marcos de convivencia) y mediación(protocolos y mesas estables entre escena, vecindario y administración).

En ese viraje, gana centralidad la figura del night mayor (o night czar/oficina de noche): un actor bisagra que opera justamente en esos tres planos. Donde ese andamiaje existe, la política pública pasa de castigar a acompañar; y las small venues —las más expuestas al ruido, a las licencias volátiles y a los vaivenes de la queja vecinal— ganan aire para sobrevivir, profesionalizarse y aportar valor cultural sin perder escala.

Como muestra rápida del mapa: Ámsterdam combinó licencias 24 h con planes de convivencia (Rembrandtplein) y una Nachtburgemeester con capacidad de mediación; Londres sumó Night Czar, principio Agent of Change y una Culture at Risk Office que protege salas frente a nuevos desarrollos; Berlín articuló la Clubcommission, fondos de insonorización y el reciente reconocimiento del techno como patrimonio cultural inmaterial a nivel nacional; Nueva York creó la Office of Nightlife para destrabar licencias y abrir mesas interagenciales; Sídney dejó la lección contraria: lockouts punitivos y cierres masivos. En América Latina aparecen figuras y manifiestos (Cali, Valparaíso, Bogotá, São Paulo), pero con marcos más frágiles y discontinuos. 

El panorama global como siempre es un mosaico desigual, pero el mensaje de fondo es nítido: cuando existen marcos estables —urbanísticos, culturales y de mediación— la escena independiente no solo sobrevive; realiza su aporte significativo a la cultura. ¿Qué ocurriría si estas herramientas se adaptaran a otros contextos, y si el apoyo gubernamental dejará de penalizar lo pequeño para empezar a cultivarlo?

Fuentes y lecturas (selección)

  • Bishop, Claire. Atención trastornada (Disordered Attention). 2024.
  • Turkle, Sherry. Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other. Basic Books, 2011.
  • Seijas, Andreina & Gelders, Juan Pablo. “Governing the night-time city: The rise of night mayors.” Urban Studies58(2), 2021.
  • Broer, J.; van der West, R.; Flight, S. Evaluatie Pilot Gastvrij en Veilig Rembrandt- en Thorbeckeplein. Gemeente Amsterdam, 2018.
  • Gemeente Amsterdam. Nachtvisie Amsterdam. 2021.
  • Greater London Authority. The London Plan (Policy D13, Agent of Change) y recursos de Night Czar / Culture at Risk Office. 2016–2021.
  • Deutscher Bundestag. Reconocimiento de clubes como Kulturstätten en normativa urbanística. 2021.
  • Deutsche UNESCO-Kommission. “Techno-Kultur in Berlin” en el Inventario Nacional de Patrimonio Cultural Inmaterial. 2024.
  • City of New York, Mayor’s Office of Media & Entertainment. Office of Nightlife e Int. No. 1688-A (2017–2018).
  • Taylor, A. “‘What the hell is going on in Sydney?’ 176 venues disappear.” The Sydney Morning Herald, 2018.
  • Manifestos y marcos latinoamericanos: Night Manifesto (Colaboratorio, 2014); NIX Manifiesto Dinámicas Nocturnas (Madrid, 2017); Seijas, A. A Manifesto for Nocturnal Cities in Latin America (Sound Diplomacy, 2019).

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