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Equivocarse, Lecciones de Baldessari

El mundo actual mediático parece obsesionado con la perfección —donde los algoritmos corrigen, los filtros suavizan y la idea algo roto, deforme, abstracto se tilda de “error” y para mucha gente se percibe casi como un fracaso—. En un viaje por Los Angeles hace unos años me tope en el LACMA con una obra fotográfica pero sumamente conceptual que llamo mi atención. La obra Wrong de John Baldessari me pareció un gesto profundamente liberador. Una fotografía mal encuadrada, tomada en 1967, donde una palmera parece brotar de su cabeza, se convierte en una declaración: a veces, lo “mal hecho” es el único camino hacia algo real.

Baldessari no se limitó a ridiculizar las normas de la composición fotográfica; cuestionó la idea misma de que el arte pueda medirse con reglas universales. Junto a la fotografia se expone, “Me encanta la idea de que alguien diga que esto está bien y aquello está mal. Así que hice una obra que estuviera mal, lo cual, para mí, estaba bien.” En esa frase hay una provocación que trasciende lo visual: ¿cuántas veces seguimos normas impuestas sin preguntarnos si nos pertenecen? ¿Cuántas veces evitamos equivocarnos solo para encajar en un sistema que premia la repetición y penaliza la experimentación? Llevó esa intuición del “error” a un programa entero de trabajo. Sus recursos fueron simples y contundentes: texto + imagen para torcer el sentido, apropiación de fotografías “banales” para cuestionar la autoría, reglas autoimpuestas para exponer lo arbitrario de las normas, y humor seco como bisturí crítico. En vez de buscar la “toma correcta”, señalaba lo que la gramática visual descarta: rostros tapados por puntos de color que nos obligan a mirar el fondo, encuadres “incorrectos” que revelan jerarquías de atención, frases didácticas que suenan a manual pero sabotean su propia autoridad.

Quizás su gesto más célebre, I Will Not Make Any More Boring Art (1971), convierte una consigna escolar en performance y sistema: repetir hasta que la consigna se vacíe… o se cargue de otro sentido. Otras obras, como Throwing Three Balls in the Air to Get a Straight Line (1973), usan una regla imposible para evidenciar la torpeza del control absoluto. Incluso cuando “corrige” fotografías con stickers, no embellece: desacomoda; nos enseña a ver por fuera de la obediencia óptica. Lo que en el algoritmo es “fallo”, en su obra es método.

Entre 1970 y 2008, Baldessari enseñó esta misma actitud en diferentes instituciones de California y de la ciudad de Los Ángeles, dejando como legado no tanto un estilo como una forma de pensar. Su enseñanza era clara: el arte no se trata de buscar lo correcto, sino de explorar lo desconocido, de aceptar el riesgo de fallar como parte esencial del proceso creativo.

En la escena actual, esta lección resulta urgente. Quizás deberíamos recuperar el derecho a equivocarnos a propósito, a desafiar las expectativas, incluso a contradecirnos.

Baldessari nos recuerda que el error no es solo un accidente: puede ser una postura ética, una declaración política. En un contexto donde la homogeneización cultural avanza al ritmo de las plataformas digitales, reivindicar lo imperfecto es casi un acto de resistencia. Tal vez equivocarse intencionalmente sea hoy una de las formas más honestas de crear algo que realmente nos pertenezca.

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